
Cathy Sandoval: El flamenco se trata de correr riesgos
Cuando pequeña su papá le regaló un tocadiscos el cual le sirvió, más que para escuchar música, para bailar. En su natal Canadá, Cathy Sandoval podía pasar tardes enteras armando coreografías con sus amigas, pues los juegos más atractivos no estaban en las muñecas, sino en la danza. Pero con el tiempo esa afición fue quedando como una actividad poco formal y sin ninguna constancia hasta que casualmente conoció el flamenco. Fue un verdadero “knock out” que la llevó a dejar su carrera de arquitectura y emprender un rápido camino hasta convertirse en una de las bailaoras más destacadas del momento.
Cathy Sandoval nació en Canadá, de aquella primera infancia, antes de llegar a Chile a los siete años, recuerda un adorado tocadiscos cuyo principal uso era armar coordinadas coreografías con sus amigas. También recuerda un fugaz paso por clases de ballet, pero como ella misma dice, su carácter desordenado hizo que la terminaran sacando de la academia.
Con los años los estudios en el colegio y, posteriormente en la universidad, concentraron su atención. Se convirtió en “matea” y el baile quedó como algo lejano, de hecho ninguna disciplina capturaba su atención, eso, hasta que una tarde de domingo uno de sus primos comenzó a improvisar música flamenca mientras que otra prima comenzó a bailar. Aquellos sonidos y esa forma de moverse, sí llamaron la atención de Cathy. Al día siguiente ya se encontraba en una sala tomando clases dando inicio a una vertiginosa carrera como bailaora.
¿Cómo se gestó tu interés por el flamenco?
Fue bastante rápido… ingresé en la escuela de Jeaninne Albornoz donde estudiaba mi prima y a los tres meses estaba absolutamente involucrada en el tema.
¿La universidad pasó a segundo plano?
Cuando comencé a estudiar estaba en segundo año de arquitectura y todo se dio de manera muy rápida. Seguí estudiando mi carrera, pero destinaba mucho tiempo al flamenco, iba casi todos los días y si no estaba en clases me dedicaba a mirar a las alumnas del nivel avanzado, incluso mentía en mi casa y les decía que iba a hacer un trabajo para la universidad, pero me iba a la academia. Ahí me fui dando cuenta lo fuerte que era el flamenco.
En una oportunidad Jeaninne nos hizo cantar y me escogió junto a otra compañera para participar en el coro, lo cual me permitió estar presente en los ensayos. También comencé a estudiar palmas con Felipe Candia y quedé como palmera oficial. De esa época recuerdo que era un poco gracioso, porque sabía hacer palmas por seguiriya y bulerías, pero con suerte podía bailar un tango.
¿Cuándo viajas por primera vez a España?
Fue en 2006. Me becaron en la universidad y tuve la posibilidad de elegir el país, obviamente opté por España. Fui por seis meses a la Politécnica de Valencia con la ilusión de aprender flamenco desconociendo absolutamente que no en todas las ciudades se practicaba. Allí había con suerte dos academias y no era mucho lo que podía aprender.
Lamentablemente me entraron a robar al departamento y me quedé sin nada de material para entregar en la universidad, por esa razón nos convalidaron las notas que tenía en Santiago y fue la oportunidad perfecta para ir a Sevilla, donde me quedé dos meses.
¿Cómo fue ese primer viaje a Sevilla?
Fue bueno porque por una parte me di cuenta que tenía aptitudes para el flamenco y empezó a transformarse en una verdadera obsesión. Estoy convencida de que esa locura inicial es muy buena para soportar todo lo que viene después. Además, como no tenía mucho baile en el cuerpo, mi nivel era intermedio bajo, no tenía esas “mañas” que después son difíciles de sacar.
En ese primer viaje tomé clases con Pilar Ortega, Manuel Betanzos y Pilar Ogalla. Además, justo en ese momento viajó Jeannine por lo que todo se hizo más fácil. También estaba Pituquete (Andrés Hernández), Juan Aguirre, Florencia O’Ryan y Anahi Johnsen. También conocí a Daniela Gallardo, había una congregación de chilenos y mi estancia allá se hizo más llevadera.
Cuando regresas a Chile, ¿cómo abordaste tu proceso de aprendizaje?
Me encerré a estudiar y con Anahi empezamos a trabajar juntas para aprovechar la experiencia que habíamos ganado en España. Como no tenía tantas coreografías en el cuerpo y había aprendido algunos conceptos básicos de estructura, no fue tan complejo montar un baile, lo que no quiere decir que no me haya costado.
¿Qué diferencias encontraste en tu segundo viaje a Sevilla?
Fue mucho mejor en el sentido de que ya entendía los cantes, además sirvió para corroborar que estaba bien encaminada, pero quizás lo fundamental fue comprender que el baile flamenco es un oficio que hay que tomarlo con gran seriedad y que es tu trabajo, independiente de tus problemas. En ese sentido respeté más el flamenco y busqué peso y temple. Coincidentemente, en ese viaje a Sevilla me encontré con Julián Herreros, quien me dijo que estaba siendo muy ostentosa con mi baile. Obviamente mi ego se fue al suelo, pero tenía razón, por eso busqué volver a lo simple y detenerme en lo esencial.
Ese camino es intenso, a mi regreso y por cerca de dos años sólo trabajé palos jondos, como seguiriyas y soleá,
¿Qué fue lo más complejo de comenzar a armar tus propios bailes?
Dicen por ahí que en la ignorancia está la felicidad. Mientras más aprendes, más difícil se hace. En un comienzo tenía mucho miedo a equivocarme, es decir, eso siempre está, pero al principio el temor a no manejar bien el tema de la estructura de los bailes era lo más complicado, también el enfrentarse a la energía del escenario, que es muy potente, pero esa etapa es necesaria y buena para el futuro, porque siempre es bueno tenerle miedo al escenario y respetarlo.
Por otro lado, tienes tantas posibilidades al comenzar a montar un baile que empiezas a rellenar con todo lo que tienes, tiras toda la carne a la parrilla. Ese proceso fue bastante largo y creo que recién en mi segundo viaje a España, en 2009, pude ir limpiando un poco, quitarle cosas a los bailes y dar un paso hacia adelante.
De todas maneras esos primeros tres años fueron grandiosos, junto con Valeria Abud y Anahi Johnsen tuvimos la oportunidad de aprender mucho de Felipe Candia, Julián Herreros y Javier Vega. Además, ellos se involucraban en el baile, por lo que nos daban consejos muy útiles.
Dentro de esta conversación dijiste que la locura inicial era importante para soportar todo lo que viene después ¿Con qué dificultades has debido lidiar en tu carrera?
Es difícil dedicarse al arte en Chile, encontrar espacios y recursos para presentarse, hacer un espectáculo es muy duro especialmente cuando no tienes medios ni contactos influyentes. Esto lo viví con Daniela Gallardo cuando montamos “Del flamenco y otros caprichos”, ya que teníamos que cargar los paneles nosotras mismas después de cada función o pedir que nos hicieran las luces a cambio de clases. Fue un trabajo muy largo que finalmente tuvo sólo dos presentaciones, eso es muy rudo. Por otra parte, es muy difícil trabajar a nivel humano en cualquier tipo de disciplina artística, lidiar con los egos, sensibilidades, susceptibilidades y con los propios miedos. Y a veces uno puede sorprenderse de las reacciones los demás, así como de una misma, cuando las intensidades aparecen.
Por todo lo anterior llegué a pensar en retirarme, pero por cosas del destino el año pasado recibí una invitación de Concha Jareño para montar “Raíces y Alas” y fue un gran aliciente para continuar.
¿En qué consistió el proyecto junto a Concha Jareño?
Nos conocimos en un viaje que ella hizo a Chile para dictar algunos cursillos. Dos años después me escribió para invitarme a participar en un proyecto porque tenía ganas de hacer cosas con gente de otros países. Para prepararme viajé nuevamente a España, pero esta vez no sólo a Sevilla sino también a Madrid.
¿Qué retos implicó “Raíces y Alas”?
Meterme en un estudio con una bailaora de la categoría de Concha fue un regalo del cielo. Esa instancia era absolutamente inaccesible para mí de manera particular. Fue una etapa de gran aprendizaje y, a la vez, de frustración.
¿Por qué frustración?
Porque si bien en el proceso de montaje de “Caprichos” junto a Daniela ya habíamos explorado en un lenguaje diferente, el trabajo con Concha fue mucho más exigente. Ella es bailaora del Conservatorio de Madrid, formó parte de la compañía de Rafaela Carrasco y su nivel es muy alto y se caracteriza por estar en constante búsqueda, siempre innovando, mostrando nuevos lenguajes y propuestas, eso incluye manejar técnicas de otras danzas. Además, había muy poco tiempo para sacar la obra, lo que era una exigencia doble. Muchas veces terminaba llorando porque no sabía si iba a lograrlo.
De todos modos, tras el término de este proyecto quedé con una sensación de gran orgullo al ver a mis compañeros dar un espectáculo de esa calidad. Tenemos tremendos músicos en Chile, que dejan muy bien parado a nuestro país, tanto en ese montaje como en otros, en los que han podido compartir escenario con artistas de afuera. Además, tuvimos la suerte de contar con Florencia O´Ryan, que justo vino a Chile, y con Claudio Villanueva.

¿A partir de ese trabajo cómo se definió tu baile?
Aunque fue una experiencia maravillosa compartir escenario con Concha Jareño, no podría decir que ese hito definió o no mi baile. No considero que tenga un baile definido hasta el momento, estoy en una búsqueda constante y en dos años más mi baile podría ser diferente, aunque tengo algunos referentes y preferencias: En un comienzo artistas como Pilar Ogalla, Mercedes Ruiz y Eva Yerbabuena. Más adelante me incliné por la tendencia de Manuel Liñán, Marco Flores y Olga Pericet, y muero por Pastora Galván y Concha Jareño.
¿Nunca pensaste radicarte en España?
Varios colegas me lo han preguntado y la verdad es que no sé por qué no lo hice. Tal vez se deba a que tengo una necesidad de compartir con mis compañeros aquí en Chile, con los que intentamos ir superándonos constantemente y aportar con el crecimiento del flamenco, el cual se ha desarrollado fuertemente en los últimos 10 años.
En ese sentido me siento muy orgullosa del flamenco que estamos haciendo, además, recién se está extendiendo el oficio de subirse al escenario por derecho. Eso hace una década no sucedía, o por lo menos no de la manera en que lo estamos haciendo ahora, lo cual es muy positivo. Y hay bailaoras como Ely Ocaña, que nunca ha estudiado en España y baila de forma excepcional, eso es notable.
Todavía siento que tengo que aprender de mi último viaje a Madrid y de la obra con Concha Jareño aún no decanta del todo, mi proceso pasa hoy por indagar en lo más puro y tradicional. Por otra parte, estoy participando en un proyecto de Constanza Mardones llamado “Todos los días de mi vida”, en el cual interviene la pintora Soledad Alsina y que se estrenará en noviembre próximo.
¿Cómo estás explorando la línea más tradicional o pura del baile?
Intentando bailar por derecho. He tenido la oportunidad de trabajar con grandes artistas, aceptando el desafío de subirme al escenario con ellos, sin previo ensayo, sólo con el conocimiento del flamenco que cada uno tiene por delante y esa es una gran experiencia y quiero seguir indagando aquello. Esos son los riesgos que estoy corriendo ahora en mi aprendizaje sobre el tablao.
Dentro de tus proyectos está también el de formar escuela, ¿qué te llevó a crear La Plazuela?
Había una necesidad de sentir un poco de seguridad, estabilidad laboral y proyección a futuro en lo personal. Eso sumado a nuestras ganas de trabajar juntas y de enseñar, fue lo que nos motivó a asociarnos con Yahima Gómez y crear La Plazuela. La verdad es que tal vez nos podría ir económicamente mucho mejor si trabajáramos en forma independiente porque la escuela requiere de una gran inversión, pero vale la pena. Me encanta hacer clases y disfruto mucho de este proyecto. Me interesa enseñar técnica, pero también generar conciencia en torno a escuchar el cante, para eso creo que es fundamental contar con guitarra, en mi caso trabajo con Cristopher Ayala, y cantar en clases, aunque sea malamente , de lo contrario, siento que es muy difícil enseñar flamenco.
A pesar de las vicisitudes, ¿qué te hizo permanecer en el flamenco?
Mi vida en el flamenco ha sido cosa del destino. En cierto momento, cuando perdí mi trabajo de la beca en Valencia sentí que era una especie de señal, y que las cosas se daban en favor del flamenco y no de la arquitectura.
Además, pienso que no buscas el flamenco, el flamenco te encuentra a ti, es decir, muchos lo buscan, pero no todos pueden llegar a él. Cuando sientes que el flamenco, como el amor, te corresponde, todo fluye.
El permanecer en el flamenco fue entonces una decisión arriesgada…
No me había puesto a pensar si fui arriesgada o no, pero seguramente dejar mi carrera y dedicarme al flamenco lo fue. De todos modos, creo que el flamenco se trata de correr riesgos, porque tiene que ver con la aventura de la improvisación, de no tener miedo al ridículo, de bailar por derecho.
Mi último viaje fue el más difícil de todos porque antes de partir me sentía agobiada por el ambiente, sentía que no avanzaba y que estaba haciendo lo mismo de siempre. Llegar allá, enfrentarme al training de Concha y a clases de alta exigencia con bailaores como Marco Flores fue un shock, pero decidí seguir porque de eso se trata el flamenco.
Quizás Alfonso Losa y Alejandro Granados resumen en su baile lo que te digo, me refiero a esa capacidad de jugar al límite y dar lo máximo estando sobre el escenario y fuera de él, de ir siempre un poco más allá, de estar a punto de caer, pero lograr salir del paso, ahí está el ole… para mí eso es el flamenco y esa es la vida.
