
Angélica Cires: “El Flamenco es perfecto, no necesita de nada más”
Defensora a rajatabla de la vertiente más pura del flamenco, de aquella que no cede a tecnicismos modernos y que sólo la etnia gitana puede bailar con total autoridad.
Dicha característica es tal vez la que mejor define a Angélica Cires, profesora que en cerca de dos décadas se convirtió en una de las principales cultoras de este arte en nuestro país. Un intenso camino que incluso tuvo un reconocimiento, en febrero pasado, por parte de la Asociación de Peñas Locales de Jerez de La Frontera, la cual distinguió a su academia, La Fragua, como peña flamenca.
Si bien siempre le gustó, descubrió el flamenco a los treinta y tantos, en Estados Unidos, en el Conservatorio Flamenco de Glendale (Arizona). Lo hizo con Lidya Torea y desde ese momento no se separó más del arte que la definiría para siempre. De vuelta en Chile, en 1988, una de las primeras cosas que hizo fue buscar una academia de flamenco. Así fue como primero tomó clases con Silvia Pacheco, Manuel El Gitano y luego con Miguel Jordá (padre), tres de los pocos profesores que en esa época impartían clases.
Pero el gran hallazgo de Angélica fue caminando un día por calle Guardia Vieja, en Providencia. En un recinto donde hoy opera el Cachafaz, por aquel entonces Jeaninne Albornoz dictaba clases y éstas sí que tenían algo especial. “Vi su clase y me encantó, después de un tiempo me convertí en profesora ayudante junto a Francisco Delgado”.
Hablar de flamenco en aquella época dista mucho de lo que hoy apreciamos en la escena local. Angélica recuerda los esfuerzos que hacían con Jeaninne y Francisco para aprender y luego transmitírselo a sus alumnas. “En esos años no había Internet, por lo que poco era lo que se podía ver. Nuestra principal fuente de estudios eran los videos que podíamos conseguir, allí con mucha paciencia deducíamos las cuentas de los palos. De hecho, lo que hoy se enseña en los niveles principiantes a nosotros nos tomó unos tres a cuatro años aprender. Era todo mucho más complejo”.
Como el acceso a información resultaba complejo desde Chile, viajar era la única forma de aprender. Así lo hicieron en 1997 Angélica junto a Jeannine y otras compañeras de estudio quienes se trasladaron a Madrid para tomar algunos cursillos en Amor de Dios con maestros como Timo Lozano y Ester Ponce.
Un par de años más tarde, Angélica tuvo la inquietud de regresar a España, pero esta vez a Jerez de La Frontera. Estando allí descubrió el flamenco más puro, aquel ejecutado por gitanos de casta, en un ambiente privado, sin luces ni escenarios. “En ese viaje me enamoré del flamenco y supe que me quería dedicar a él por el resto de mis días. Además, tuve la suerte de conocer a personas determinantes en mi vida, que no sólo me marcaron en lo personal, sino también en mi gusto por cierto estilo de flamenco”.
A partir de aquella incursión, Angélica simplemente no “pudo” dejar de ir a Jerez año tras año, fue así como año tras año estudió con bailaoras como Angelita Gómez, Tibu La Tormenta, Ana López Ana Parrilla, La Chiqui de Jerez y Mercedes Ruiz. “Ver bailar por soleá a Manuela Carpio o por seguiriya a Ana Parrilla fueron momentos impagables, únicos. Algo muy distinto de lo que puedes ver en un espectáculo (…) Para mí hay dos tipos de flamenco, el no gitano y el gitano. El primero es muy bello, un alimento para los sentidos; pero el segundo, aquel que no se coreografía previamente, el que surge en el momento es capaz de llegar directo al corazón y dejarte sin palabras. Ese es el flamenco que me inspira”.
Con el paso del tiempo, y en sus constantes viajes a España, Angélica fue determinando su estilo de baile. “Siempre me interesó la corporalidad del baile. En nuestros inicios, el flamenco era de mucho ‘staccato’ y fundamentalmente con un trabajo de taconeo, pero en Jerez fui descubriendo un baile mucho más integrado, con movimientos ligados. Es por ello que en un momento decidí, hace 11 años, independizarme y formar mi propia academia, La Fragua”.
Pocos chilenos dedicados al flamenco han podido presenciar la evolución de este arte in situ, tal como lo hecho Angélica. Ante la reciente designación del flamenco como patrimonio inmaterial de la humanidad, la maestra se pregunta qué beneficios o ventajas puede traer este nuevo rótulo. “Aún no se tiene mucha claridad de la ventaja que este reconocimiento pueda traer. Lo que sí he observado en mis últimos viajes es el surgimiento de toda una generación de artistas que han procurado mantener las raíces del flamenco embelleciéndolo aún más. Ejemplo de ello son los tocaores jerezanos Santiago Lara, Diego El Morao y Alfredo Lagos que conservan lo puro dando otra calidad de sonido.
En el baile esta tendencia no está tan clara como en el caso de la guitarra, ya que si bien hay exponentes como Mercedes Ruiz, también de Jerez de La Frontera, que no pierden ese sabor a Jerez, la mayoría está optando por montajes cada vez más teatralizados. “Actualmente muchos artistas están poniendo el flamenco al servicio de un argumento, lo que sin ser malo, de cierta manera se aleja del flamenco puro. En mi opinión, el flamenco es perfecto, no necesita de nada más… Como me dijo alguien muy cercano una vez: que se fusionen los bancos, pero no el flamenco”.
Coreógrafa, no bailaora
El flamenco la encontró tarde dice Angélica, es por eso que nunca se sintió muy a gusto sobre el escenario. “Lo mío es enseñar y coreografiar. Con el paso del tiempo he descubierto que eso es lo que más me apasiona. Montar un baile, investigar sobre distintos palos y luego transmitírselos a mis alumnas. La verdad, no tengo mucho que hacer arriba de un tablao como no sea para dar una pataita por bulería”.
En cada uno de sus viajes a Jerez de La Frontera, Angélica aprovecha de estudiar algún palo, donde tiene a muchos como favoritos. “No puedo quedarme con ninguno en especial, todos tocan una fibra distinta según el estado de ánimo en el que me encuentre. Pero en materia de estudio, hoy estoy investigando a los cantaores de seguiriya de Jerez, tales como Manuel Torres, Chacón o Marruco. Mientras más pasan los años, más me doy cuenta de lo poco que sé, de todo ese universo que hay por descubrir”.
Aunque las preferencias de la directora de La Fragua se encuentran en el flamenco más puro, ha procurado a lo largo de su carrera mantenerse al día en las nuevas tendencias. “La gente toma clases porque quiere bailar, y ojalá lo más rápido posible. Es un camino largo que no muchas o muchos están dispuestos a recorrer. Además, hoy la gente quiere bailar el flamenco que ve en forma masiva y no puedo mantenerme ajena a eso. Muchas veces para seguir haciendo vigente a una academia hay que saber equilibrar los gustos personales con lo que el mercado determina”.
No obstante, hay ciertas concesiones que Angélica no hace. “Mis preferencias van por el flamenco unipersonal, no por el formato de ballet flamenco que represente a la academia en distintos lugares. Eso genera inmediatamente la competencia entre las alumnas, se producen anticuerpos, desconfianzas y los egos se desbordan. Prefiero las presentaciones de formato tablao, las cuales realizamos unas tres a cuatro veces en el año. Además, mis alumnas tienen la total libertad de usar el vestuario o zapatos que deseen. No hay imposiciones o presiones de ese tipo en La Fragua. Me niego a transformar a la academia en un negocio”.
La falta de cante también es un tema de cuestionamientos para la profesora. Esto, porque después de haber visto tan buen flamenco y ante la falta de cantaores en Chile, le resulta difícil trabajar con un cante que no se ajuste a lo que ha escuchado en Jerez. “Antes que el baile, la guitarra o las palmas, está el cante, es la piedra angular y quizás lo más difícil de aprender. Y con el tiempo me he mal acostumbrado, es por ello que en los últimos años he optado por montar coreografías con música editada en estudio, con escobillas y llamadas, que ofrezcan las mismas opciones de un baile en vivo”.
Y aun cuando hoy por hoy no tenga todas las condiciones en su escuela como ella desearía, el 2011 llegó con una grata sorpresa, ya que en su último viaje a España La Fragua fue reconocida como peña flamenca. “Don Rafael Lorente, cultor e investigador del flamenco jerezano medió ante don Diego Fernández Suárez, Presidente de la Asociación de Peñas Locales de Jerez de la Frontera, para que La Fragua fuera reconocida como peña. Esto es algo inédito para una academia de flamenco ubicada fuera del territorio español, un anhelo de hace muchos años que nunca pensé que se materializaría. Si bien esta distinción no se traduce en ningún tipo de beneficio económico, es un aliciente para seguir rindiendo culto al flamenco más puro (…) porque más allá de tener una escuela propia o de montar coreografías, lo cual me gusta mucho, siento que tengo una gran responsabilidad de transmitir lo aprendido, de lo que yo he tenido suerte de conocer como muy pocos lo han hecho. Uno de mis grandes desafíos es ése, de ser, hasta los últimos días de mi vida, un puente de comunicación entre Jerez de la Frontera y los flamencos de Chile. Creo que es el principal aporte que puedo hacer”.


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